viernes, 19 de octubre de 2012

Un Sueño. August Strindberg

Por Ramsés Ancira

¿Cómo empezar la crónica de la presentación de Un Sueño? Pensé en tres maneras, las dos primeras parafraseando:

1. -¿Quien es Victoria?

- Su amada

- Sabia respuesta. Lo que importa no es quien es, sino lo que ella significa para él


2 El desmadre que se arma siempre que alguien quiere iniciar algo grande y poderoso

3 Acudi a realizar un reportaje sobre Descarga Cultura UNAM, y estando tan cerca y como era jueves, cuando el teatro universitario profesional solo cuesta 30 pesos, sin saber que iba a encontrar, decidí encaminar mis pasos hacia el foro Juan Ruiz de Alarcón donde por casualidad encontré una espléndida puesta en escena.

Esas fueron las primeras tres entradas a este artículo que vinieron a mi mente. Pero ya profundizando sobre esta última me pregunté casi de inmediato ¿Es casualidad que la UNAM tenga una puesta de escena grandiosa? No, por el contrario, lo casual hubiera sido lo contrario, lo usual es la excelencia.

En taquilla no me quisieron vender boleto (no se porque ya que había muchos lugares disponibles) asi que me acerqué a la mesa de atención a los "entusiastas" y pregunté si no habría alguien que canceló su asistencia para que me regalaran un boleto. Con la atención que sólo puede dar un universitario me respondió la anfitriona

- Hay una conferencia previa a la obra, si quiere presenciarla le regalo el boleto ¿viene solo o acompañado?

Sin haber comido a las siete de la noche tomé el pase y me fui corriendo en busca de una tienda. Encontré un arroz con leche y regresé al lobbie donde la anfitriona me recibió con una sonrisa. Tal vez creyó que tras la cortesía me había querido escabullir del preámbulo de la conferencia, nada más lejano a mi intención.

Sobre el escenario me encuentro disertando a Estela Ruiz Milán, psicoanalista y Víctor Grobas, doctor en lengua y licenciado en teatro.





Lejos de tratarse de un diálogo presuntuoso, la conversación entre los expertos nos prepara para una obra compleja, como son los sueños.

Nos dicen que medio siglo antes de que se clasificara en el teatro el género del absurdo, Strindberg incursiono en el. Nos platican de un sueco que odiaba tannto a las mujeres porque no podía sino admirarlas. Nos hablan de un hombre que no pudo complacer a su padre dedicándose a los negocios, ni a su madre siguiendo una carrera religiosa y como sufrió la culpa por ello.

De alguien que conoció el hambre como una de las emociones más poderosas y del público que lo amó y se cooperó para darle un reconocimiento que supliera al Nobel, porque este se otorga generalmente a quien deja esperanza en su público y Strindberg no lo hizo en sus obras.

Quince minutos despues de la charla de Millán y Grovas da inicio la obra sin las tres llamadas tradicionales.

Enormes cajas diseñadas por Juliana Faesler y la coreografía de Jessica Sandoval, nos llevan por un sueño aparentemente inconexo.

Cada escena es una reflexión literaria y filosófica sobre el amor, la pobreza, el sentido de la existencia, la educación, el encierro, el éxito y el peso de las culpas, por mencionar solo las primeras que llegan a mi mente.

Hablan también sobre el teatro, los fans, las diferencias entre los doctorados universitarios y los peligros de tener una opinión.

Si el estilo de esta publicación es no anticipar los argumentos, mucho menos esta vez que hablamos de Un Sueño.

En el auditorio, algunos confiesan que no entendieron nada, otros, que quiza tampoco entendieron, si sintieron, tanto y tan profundamente que no pudieron escatimar el aplauso de pie y los gritos de ¡Bravo!

Nadie nos puso un reloj pendular enfrente y nos pidió "duerme, duerme" y sin embargo ha sido tan hipnótica la obra que casi todos sentimos que despertamos de un sueño, nunca una pesadilla.

Un sueño dulce con fragmentos de canciones dulces como el de la muñequita de cabellos de oro, dientes de perla y labios de Rubí.

Un sueño inquietante, pero que nos ha dejado la convicción de que a este país, gobernado por la derecha y el mercantilismo, le sobrevive una cultura hecha por gente de izquierda, una izquierda social y demócrata, a la que le debemos esos sueños que  hacen que persista el teatro mexicano, el mejor del mundo.

Una izquierda valiente, culta y sensible que se pone tareas que parecen tan difíciles como la de montar un sueño que hace que miles de espectadores durmamos despiertos.

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